De periodismo y de jazz
Por David Martínez Romero
Madrid, 8 de marzo de 2016
David Martínez Romero presentando Jazz en Madrid en la pasada edición del Festival Internacional de Jazz de Madrid. Fotografía de Kike Carbajal. |
La entrevista a Tomás Merlo, como la
realizada en su día a Luis Verde, forman parte de un ejercicio por recuperar,
lentamente sin duda, prácticas periodísticas que se han ido diluyendo mientras
en la incipiente sociedad del espectáculo nadie parece echarlas en falta, quizá
porque el propio periodismo tiene cada vez más de espectáculo y menos de
especulativo, a lo que tal vez venía ya destinado desde su propio origen. Pero
a cuantos sencillamente amamos contar historias, y también que nos las cuenten, considerando tan legítima la más alta exigencia en lo uno como en lo otro, no
se nos puede escapar que, en la medida en que el propio periodismo es una
manera de narrar, sus narraciones son cada vez más pobres y faltas de
contenido, y los propios narradores tienen en mente todo tipo de cuestiones
menos las que de verdad importan. Las excepciones, que las hay, no hacen sino
confirmar tristemente la regla.
Ahora bien: ¿por qué jazz? Siempre
he pensado que una posible vía para transformar el periodismo, para revisar los
famosos criterios de noticiabilidad en cuya dilucidación vengo insistiendo
desde hace años, consiste en apartar de una vez esa abstracción horrenda que
desde los medios, y no sólo desde ellos, viene llamándose «interés general», dándose además por supuesto y
consabido de todos lo que eso sea, cosa que en mi opinión no está clara sino
más bien profundamente oscura. ¿Es, por ejemplo, lo mismo, decir «interés general» en el ámbito de los medios de
comunicación, como decirlo en el ámbito de la política? Parece fácil demostrar
que no lo es. Con frecuencia, incluso los gobiernos de cariz más populista se
ven obligados a tomar decisiones impopulares (aquí, ni siquiera entramos en si
se trata de decisiones acertadas o no), precisamente porque consideran que en
última instancia, y a pesar de todo, favorecen el «interés
general». Imaginemos ahora un medio de comunicación de
masas, por ejemplo un canal de televisión generalista, solemnemente decidido a
publicar contenidos impopulares, incluso antipopulares, tras una seria
reflexión que le ha empujado a hacerlo a causa del «interés
general». Cuando menos, lo que ocurre es que una
sonrisa asoma a nuestros labios, como en el poeta una frase de perdón. No.
Atengámonos a la reciente trifulca montada en torno a los derechos de
retransmisión de los goles de la liga de fútbol, sin mayores análisis
ulteriores. La Liga reclamaba el pago de los correspondientes derechos
audiovisuales en atención a los beneficios en publicidad que a las televisiones
les reportaba el solo informar de los susodichos goles, ante lo que las
televisiones alegaban, cómo no, que se trataba de un asunto de «interés general». Pues eso. Mal vamos si en estas nos
andamos. Con total independencia del número de espectadores que, con toda
legitimidad, se sientan hondamente interesados por los resultados de la liga de
fútbol, resulta de todo punto improcedente considerarlos de «interés general», porque de hecho, elevados a la
universalidad de los grandes intereses de la sociedad, no tienen relevancia
ninguna. Otra cosa es que su espectáculo, hinchado hasta la exasperación por
los respectivamente interesados,
conlleve el movimiento de ingentes sumas de dinero.
Esto
es sólo un ejemplo de lo que, a mi juicio, ha sucedido con el concepto de «interés
general» aplicado por los medios industriales de
comunicación: que no llega ni a concepto, mucho menos va a satisfacer esta
perversión el auténtico interés general que cumplen los medios con su función: informar. Pero de nuevo no se trata aquí
de informar a diestro y siniestro, sino de informar sobre todo aquello que es
preciso divulgar para conocimiento de la ciudadanía (y entre otras muchas
cuestiones también ejercer de efectivo «Cuarto Poder»),
de manera que el libre ejercicio de la participación política, social y
cultural del ciudadano se vea favorecido por su conocimiento de la información
que es procedente para la toma de decisiones, es decir, para la práctica de la
libertad. Esto es lo que debe
considerarse de interés general, y todo lo demás podrá tener una mayor o menor
importancia, pero siempre relativa, y la respuesta cada vez más insatisfactoria
por parte de los medios a esta necesidad es uno de los principales, si no el
principal, motivo por el que una parte sustancial de la ciudadanía no se siente
reflejada en ellos, incluidos muchos de los que todavía actúan como
espectadores, lectores, oyentes, no digamos ya cuantos, como es mi caso, hace
tiempo que optamos por desconectar,
quiero decir, guardar en el baúl de los recuerdos el cable de la antena y
cruzar de acera cuando nos topamos con un kiosco de prensa.
Y
puesto que de nuevo me he retrotraído desde una reflexión de carácter general a
mi propia particularidad, cabe preguntar: ¿qué he hecho yo para devolverme la
esperanza y la ilusión por el periodismo? Volver a empezar. Por lo pronto, no
resignarme. Comprender que los medios industriales de comunicación tienen su
sentido y su función (allá ellos y lo que les dé por hacer con ambos), y
proponer una alternativa. Sólo eso. Y a esto es a lo que un equipo creciente de
profesionales hemos llamado Homo Artifex. Muy bien. De nuevo: ¿y
por qué en Homo Artifex nos ha dado por hablar, entre otras cosas, todo
sea dicho, pero con clara preponderancia hasta el momento, precisamente de jazz?
Pues
porque frente a los «grandes temas»
de los medios de comunicación de masas, cada vez más alejados de la
cotidianidad de los espectadores y usuarios, de las personas en general,
considero que hay que dar un paso atrás y volver a empezar, y creo que esto,
que nos vendría bien a cada individuo y desde luego a la entera sociedad
occidental, tanto más vale para el periodismo y desde luego para los medios de
comunicación. Frente a la famosa «objetividad»
de la tradición informativa anglosajona (que de todas formas en España no hemos
terminado nunca de asimilar), sólo me quedaba recomenzar por mi sencilla y humilde
«subjetividad». Pero,
¿significa el acudir a mi propia subjetividad algo así como arrojarme a los
turbulentos mares de la opinión desenfrenada, el jolgorio recubierto de arte y
ensayo, la arbitrariedad? No, para nada, muy al contrario: el reto consistía, y
sigue consistiendo, en hacer del mundo a mi alcance, de mi entorno, de mi
cotidianidad, la fuente para obtener historias, temas y personajes de los que
mereciera la pena informar, y hacerlo empleando todos los medios que las nuevas
tecnologías, Internet y las redes sociales nos brindan para ello. De momento,
es bien injusto seguir hablando en primera persona del singular, pues desde el
comienzo han sido las personas que han decidido embarcarse conmigo este
proyecto las que lo han hecho real, y aún más que real: posible. ¿Por qué jazz? Porque me apasiona el jazz y porque nuestro director de
fotografía, Noah Shaye, es él mismo músico, y músico de jazz. Así, me pareció que uniendo nuestros esfuerzos podríamos
ofrecer algo que resultase mínimamente digno para ejemplificar lo que
pretendemos hacer a gran escala, a muy
grande escala. Eso era todo, dar un ejemplo. Y ahora, vamos a tratar de
cumplir nuestras propias expectativas llevando Jazz en Madrid a su segunda entrega, continuando la senda abierta e
intentando saltar del ámbito experimental al profesional, con el objetivo de
ampliar este planteamiento a muchos otros temas y muchos otros personajes, como
por ejemplo el boxeo, visto a través de mi propio maestro de boxeo y de uno de
sus alumnos más destacados, proyecto que muy pronto estará a disposición de
cuantos deseen acercarse a él con el título De
chicos del barrio. Si nada nos lo impide, la segunda película documental
realizada desde Homo Artifex. ¡Y que la tercera sea la segunda entrega de Jazz en Madrid! Amén.
De chicos del barrio, la próxima película documental de Homo Artifex. En la imagen, David González y David Luengo en un día de entrenamiento. Fotografía de Kike Carbajal. |
Y
ahora, volviendo al mismo lugar desde el que comenzaba este artículo: de la
misma manera que las entrevistas a Luis Verde y a Tomás Merlo fueron también
preparativos para la sesión que grabaremos juntos en la siguiente edición de Jazz en Madrid, así vengo
entrevistándome con otros personajes a los que he invitado a participar, entre
los que destaca José María (Chema) García Martínez, crítico de jazz, o mejor dicho, ex-crítico de jazz, quien en septiembre de 2015
escribía en la mítica Cuadernos de Jazz
(a la que muy pronto también invitaremos a participar, si lo desea, en nuevas
ediciones de Jazz en Madrid), lo que
sigue a continuación: “He dejado de creer. Llevo casi medio siglo a pie de
obra: suficiente. He llegado hasta donde he llegado, lejos o cerca, no lo sé ni
me importa. Dejo a mis jóvenes y eminentes colegas las discusiones tan precisas
como inútiles en torno a una música y un oficio —el de crítico de jazz— que ya no existen. Mi vida, ahora,
está lejos de aquí.” Demoledoras palabras. Cuando a finales de noviembre me
entrevisté con él en un bar de la Plaza de Santa Bárbara, en Alonso Martínez,
no tenía ni idea de que las había escrito. Tomás Merlo sí que las tenía bien
presente cuando le realicé la entrevista para este blog. Pero aún más
importante es lo que Chema me dijo a mí, tan contento como estaba yo con mi grácil
respuesta a la pregunta: ¿por qué hablar de jazz,
y por qué precisamente desde la ciudad de Madrid? Simplemente porque (me decía,
como ya he reconocido) me gusta el jazz
y porque estoy en Madrid. Éste es mi
criterio de noticiabilidad, y así se lo conté a Chema cuando le expliqué Homo Artifex.
Pero él me dijo, me hizo ver, que no era consciente de la auténtica relación
entre el periodismo y el jazz, que
resumió como sigue: “El periodismo y el jazz
se han muerto. O más bien se han muerto los músicos y los periodistas: se han
muerto de inanición.”
Dejo
al lector la tarea, si quiere y tiene ganas de asumirla, de reflexionar sobre
el dramatismo y el dolor que esconden estas frases. Como es lógico, yo no estoy
de acuerdo. Pero entiendo a la perfección por qué Chema dijo algo así, y será
un placer poder conversar con él en torno a esta cuestión en Jazz en Madrid 2. Lo que, a mi parecer,
queda sorprendentemente comprobado, por más que mi proceder sea la antítesis de
un método científico, es que las grandes cuestiones no residen en los «grandes titulares», ni en las secciones de los periódicos
ni el BOE, ni mucho menos son patrimonio exclusivo de los dirigentes
gubernamentales, líderes religiosos, próceres de la finanzas y ni tan siquiera
de los más aclamados comunicadores sociales. Hay una cita de la Fenomenología de Hegel que se clavó como
un dardo en mi corazón desde la que la leí por primera vez: y he vuelto a
leerla muchas otras, créaseme, luchando por alcanzar la altura que ella misma
exige alcanzar para llegar a barruntar siquiera su esencialísimo significado:
La fuerza del espíritu es tan grande como
su exteriorización, y no más, la profundidad del espíritu es tan profunda, y no
más, como él se atreva a expandirse y a perderse en su despliegue.
En
estos tiempos de materialismo científico, desde luego gravemente influido por
el marxismo (mal que pese reconocerlo, o advertirlo siquiera), hablar del
espíritu o de la espiritualidad suele tomarse por una excentricidad ante la que
se reacciona con seca indiferencia e incluso sutil sospecha. Y sin embargo,
¿qué queremos decir cuando decimos que el espíritu, la historia del espíritu,
es el auténtico patrimonio de la humanidad? Por lo pronto, que nos pertenece a
todos, que todos y cada uno de nosotros somos parte activa, interesada,
miembros de esta comunidad que es la historia viva de su propio espíritu, y
sólo en tanto que efectivamente lo es, merece ser tenida por tal. Y ahora, desencadenemos
de este discurso las consecuencias inmediatas antes de que se nos acuse de φιλο-σοφóς: los grandes temas son grandes no
porque ya se haya decidido previamente el lugar correspondiente donde deben ser
tratados, sino porque se ven reflejados en todos y cada uno de nosotros, y allí
donde acontece una historia, con ella surgen los grandes temas que son grandes
solamente por eso. La cosa es cómo se cuenta esa historia, y por qué, y de qué
modo se interpreta. Un mundo inmenso se abre ante nosotros y aún no hemos sido
capaces de abrirnos nosotros a él. Ya es hora que nos dejemos entusiasmar por
el espíritu, por el espíritu de los tiempos, unos tiempos que somos nosotros
mismos en cada momento, y aprendamos a improvisar al paso sin salirnos del tempo, disfrutando del proceso con la
misma seriedad con la que disfruta el niño de su juego, realizando la más alta
exigencia que podemos realizarnos a nosotros mismos: crearnos una y otra vez
hasta llegar a ser lo que somos. Y por lo demás, es evidente que para reflejar
este proceso, celebrarlo y contribuir a él agradeciendo, los medios
industriales de comunicación se han incapacitado a sí mismos. Bien, creemos de una vez nuestros propios
medios, y dejando resonar de nuevo aquella voz profunda y misteriosa del
Oráculo de Delfos, aprendamos a conocernos a nosotros mismos.
Selección de fotografías realizadas por Kike Carbajal
el día del estreno de Jazz en Madrid
en el Festival Internacional de Jazz de Madrid
(noviembre 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario