Resumen
La ambición del hombre por superarse a sí
mismo se ha extendido a la totalidad de los ámbitos prácticos y teóricos de la
actividad humana, pero quizá falta una reflexión profunda y sosegada sobre el
sentido de la superación misma. Las sociedades más avanzadas (o que se tienen
por tales) han obtenido logros asombrosos en los campos más variados, y las
perspectivas que se abren muestran que la capacidad el hombre para indagar en
la naturaleza y desplegar su cultura es ilimitada. Sin embargo, graves
problemas se ciernen también sobre el horizonte, haciendo acuciante la pregunta
por el marco más adecuado para que el desarrollo científico y tecnológico
alcance un equilibro razonable con el ecosistema, y el desarrollo espiritual
sea promovido en una comunidad de hombres libres, de ciudadanos que tomen parte
activa en la gestión y decisión de los asuntos que atañen al interés general.
El papel de las instituciones educativas, por un lado, y de los medios de
comunicación, por otro, se ofrece como fundamental para el esclarecimiento de
todas estas cuestiones, y cabe acusar a unas y otras instancias de no estar a
la altura de los tiempos. La libre discusión y el debate crítico necesarios
para el legítimo desarrollo de la Democracia, requieren de nuestra
participación activa, de la apertura de foros, plataformas, ámbitos de
reflexión en común desde los que construir, con actitud tolerante y
responsable, el mundo en el que queremos vivir. Homo Artifex surge como
una propuesta para transformar los tradicionales criterios de noticiabilidad de
los medios de comunicación, en un intento por ofrecer alternativas al enfoque
selectivo y al tratamiento de la información que permitan recuperar la ambición
por contenidos de calidad que no estén ligados a la consideración tradicional acerca
de qué es noticia y qué no lo es.
Así, Homo Artifex se presenta como un medio de comunicación cuyo
tema fundamental es el proceso creativo, con vocación internacional y
universalista, integrando todas las posibilidades que brindan las nuevas
tecnologías e Internet, y por tanto con un fuerte componente audiovisual;
aspira a convertirse en el medio de comunicación de la clase creativa de las sociedades occidentales, con el objetivo primordial
de demostrar que es posible hacer las cosas de otra manera, que toda una
generación de nuevos contenidos informativos aguarda la oportunidad de abrirse
paso, y que la participación de los usuarios es una posibilidad real que
necesita ser aprovechada y cumplida. Desde el punto de vista estructural, Homo
Artifex se compone de un canal de vídeo en Internet, un blog extremadamente
activo, y una comunidad de usuarios en torno a la que tejer una red social
privada donde todos los miembros puedan participar en la selección de temas y
personajes, así como compartir y publicar libremente sus propios contenidos.
René Magritte, El imperio de las luces
¿Quién es homo artifex?
Nos gustaría pensar, en esta época de
innovaciones tecnobiológicas y transhumanismo, que el homo artifex representa un nuevo estadio en la evolución humana,
situado en medio, a través y más allá del homo
sapiens, término acuñado por Linneo a mediados del siglo XVIII, sobre el
que se ciernen cada vez más amenazadoras sospechas. Si el homo sapiens es el hombre que sabe, entonces el homo artifex es el hombre que se crea a
sí mismo, el artista por excelencia. En ambos casos se trata de un hombre que,
en definitiva, se define por su relación con el saber, aunque sólo en el segundo caso el saber se eleva a una
exigencia, arrancándole al destino el imperativo de conocerse a sí mismo, de
llegar a ser el que se es, haciéndolo de manera consciente y continuada hasta
llegar al profundo conocimiento de que sólo en una comunidad de hombres libres,
llámese a ésta pueblo, o nación, o sociedad civil, o Estado, se dan las
condiciones efectivas para la realización propia, íntima e incluso
dialécticamente ligada a la realización de los demás. O, cuando menos, a la posibilidad real. De ahí la enorme
importancia del concepto de «igualdad de oportunidades», un
principio rector de la Democracia Occidental que se encuentra muy cerca de la
quiebra moral, paulatinamente carcomido por una sucesión ininterrumpida de
decisiones políticas obtusas y, reconozcámoslo, también por el acendrado
individualismo a que nos han conducido, por un lado, el asfixiante asedio de
los símbolos consumistas, y por el otro, la incapacidad de las instituciones
educativas para proveer de los instrumentos necesarios para el ejercicio de un
pensamiento crítico, independiente, libre, auténtico.
¿Qué
ha ocurrido? ¿Qué significa hoy, para nosotros, la Historia de la Humanidad?
¿Se trata de un pavoroso y a la postre inabarcable azar, o ha acontecido en
ella un progreso? Si es así, ¿en qué ha consistido? ¿Seguimos pensando en
términos históricos, o nos damos por contentos con el sucedáneo del periodismo?
Moviéndonos en un extendido lugar común que, por ello mismo, necesitaría ser
revisado a fondo, podemos afirmar que desde la Revolución Francesa se han
venido produciendo unos movimientos de claro componente político y social, pero
también, y quizá antes y fundamentalmente, filosófico, científico y
tecnológico, todos los cuales confluyen en este presente nuestro en el que
parecemos haber olvidado el sentido de la herencia que hemos recibido. Y ante
cuantos se obstinan en negar o desdeñar esta herencia, a menudo oponiendo con aparente
ironía lo que no es sino torpe nihilismo, siempre nos cabe ejercer nuestro
derecho y por lo tanto nuestra obligación de recuperarla y, si es preciso,
dotarla nosotros mismos de sentido.
¿Para
qué la Historia? ¿Qué ha quedado de las grandes revoluciones? ¿Qué ha sido del
liberalismo? ¿Y de la socialdemocracia? ¿Para qué, en absoluto, medios de
comunicación de masas? ¿Cuál es la finalidad de las instituciones educativas?
Hubo un tiempo en el que la discusión, apasionada y densa, sobre los más altos
conceptos de la existencia era aún vista con respeto, y se perseguía la
excelencia en las cuestiones del espíritu. Era la industria la que andaba a la
zaga de la cultura, tratando de aprovechar su ambición y su inquietud para
trasladarlas a una sociedad hambrienta de novedades en el curso de su propio
desarrollo. Hoy, la cultura se presenta como un producto industrial más entre
tantos en el que «novedad» es sinónimo de «otra vez lo mismo, pero más agotado»,
y es un hecho que la dirección de las industrias, como desde luego la
acumulación de sus beneficios, se concentran en pocos y pequeños círculos,
ciertamente endogámicos, que al confundir la cultura con el negocio, o quizá
por no haber conocido nunca su diferencia, están a punto de dar al traste con
el auténtico patrimonio de la humanidad, que es el espíritu.
Pero
no queremos confundirnos con quienes utilizan el alarmismo amarillento para atraer
la atención de sus audiencias, deporte predilecto de los actuales medios de
comunicación que, a fuerza de repetir hasta la saciedad la misma fórmula, han
terminado por anestesiarnos contra toda urgencia. Por el contrario, el
sentimiento que nos embarga no es ni mucho menos catastrofista. Nosotros
pertenecemos a una generación que ha conocido el entusiasmo frente al final de
las formas caducas del Estado autoritario y la llegada de un sistema de
libertades; hemos compartido los beneficios de la extensión universal de las
instituciones educativas, y disfrutado de una formación tan humanista como
técnica que nos ha permitido elegir nuestro futuro profesional, y gracias a la extensión
de la Seguridad Social y los seguros de desempleo, hemos tenido la oportunidad
de errar, y equivocarnos, y enfermar, y perder un trabajo sin que por ello se
hubieran de derrumbar nuestras posiciones vitales; hemos podido aprender
idiomas y viajar, pasar largas temporadas en el extranjero, a menudo apoyados
por instancias estatales o supraestatales que actúan en el marco de
privilegiados acuerdos internacionales de los que nos hemos podido beneficiar;
hemos tenido acceso a la discusión libre y pública de todos los asuntos que nos
han parecido oportunos, nos hemos asociado y agrupado como consideramos
conveniente, y hemos disfrutado de la referencia activa y militante de unos
medios de comunicación de masas que, a pesar de todo, fueron durante un tiempo
plurales, responsables. Hemos ejercido, por fin, el derecho al voto y cumplido
la imposición de pagar nuestros impuestos, esperando con ello el retorno de una
gestión eficaz de la cosa pública que contribuya y asegure el bienestar de la
mayoría y unas condiciones de mínima dignidad para todos sin excepción. Y al
cabo, de esto se trataba: del Estado del Bienestar. Mas pareciera que se ha
extendido como un cáncer la idea de que este concepto se encuentra periclitado, que se trataba de un sueño
imposible, una tarea insostenible, y se hace por tanto preciso el retroceso, la
vuelta a formas menos generosas del Estado y al cabo más eficientes, un curioso
regreso al estado de naturaleza en el que cada cual se las ha como puede, y
aquí paz y después gloria. Sin embargo, lo último que se puede considerar a
esta situación en que nos hemos sumergido es pacífica, tanto menos se la podrá
llamar gloriosa, cuando la pérdida se presenta, o ausenta, como insoportable. Y
es que olvidamos que aquel Estado del Bienestar, o liberalismo guiado por la
socialdemocracia, no fue el resultado de una graciosa concesión de los más
altos estamentos (como a veces ellos mismos creen o sugieren), ni una casualidad
histórica, una suerte de singularidad —término hoy tan de moda— en el azar del
espacio-tiempo; olvidamos que somos nosotros
mismos quienes nos hemos otorgado el régimen de derechos y libertades, y
éste sólo avanzará hasta donde nosotros queramos y estemos dispuestos, quizá
integrando también en el famoso binomio las incómodas obligaciones sin las cuales, de todas formas, probablemente no llegaremos
muy lejos.
Sería
inútil enumerar aquí los elementos que nos hacen desconfiar de la actual
situación política, social y económica, pues al cabo están en boca de todos y a
todos nos conciernen. Más bien nos sentimos impulsados a reflexionar sobre el
papel que nosotros estamos destinados
a jugar en esta situación. De fondo, pulsiona aquí la vieja diatriba entre
libertad y determinismo, pues, en definitiva, ¿qué podemos hacer nosotros para
cambiar las cosas? Pero, una vez más, lo que podamos o no podamos hacer
dependerá enteramente de nosotros mismos, y el comienzo, el punto de partida
para averiguar y decidir qué podamos en efecto hacer, ya se ha iniciado de
siempre en la discusión pública y en común sobre todas y cada una de las
cuestiones que se presentan como más acuciantes. Tenemos que seguir
discutiendo, hablando, dialogando, no cansarnos nunca ni desfallecer jamás en
el intento, dado que únicamente trabajando y colaborando juntos tenemos alguna
opción de influir en el curso de los acontecimientos. Antes hablábamos de
olvido y de pérdida: en el atomismo social a que nos hemos condenado, y al que
desde luego nos empujan constantemente las políticas gubernamentales y las
condiciones laborales, pero también las pujantes ideologías neoconservadoras, la
pérdida más dramática consiste en haber olvidado que nos tenemos los unos a los
otros.
La
deriva de las sucesivas leyes orgánicas de educación, a cual más delirante,
está erosionando uno de los principios fundamentales del Estado democrático: la
capacidad para elegir libremente a partir de la formación y conocimientos
adquiridos, proceso en el que concurren (o deberían concurrir) los medios de
comunicación de masas, informando puntualmente sobre las diferentes materias
que constituyen la actualidad en virtud de su relevancia para el interés
general, haciendo a la vez función de contrapeso y policía frente a los poderes
del Estado. Si alguien afirmase que esto sucede satisfactoriamente, no nos cabe
la menor duda de que sería inmediato objeto de burla y escarnio por parte de su
auditorio. De modo que, por de pronto, tanto la educación como los medios de
comunicación juegan un rol crítico en el ejercicio de las libertades,
libertades que mal se van a ejercer si no se sabe cuáles son, en qué consisten
y qué obligaciones conllevan. Si las instituciones educativas hubieran cumplido
exitosamente con su labor, acaso el rechazo a los actuales medios de
comunicación fuera aún más contundente de lo que ya es. Quizá es necesario
crear nuevos medios de comunicación
cuya determinación y destino no consista sino en promover la educación para la
tolerancia y la libertad, para la universalidad,
y la única forma de crear estos nuevos medios pase por revisar profundamente la
naturaleza y el sentido de los tradicionales criterios de noticiabilidad.
Ahora
bien: ¿qué sucede cuando mencionamos las palabras «criterios de noticiabilidad»
en el trascurso de las reuniones que mantenemos para explicar el proyecto,
conseguir colaboradores, buscar financiación, etc.? Ocurre que, a menudo, se
nos mira como miran los estudiantes en las facultades de Filosofía a los
profesores que les hablan del «todo», del «infinito», de lo «absoluto», con un
gesto a medias estupefacto, a medias socarrón, como si a estas alturas nadie
les fuera a descubrir a ellos el sentido oculto de unas abstracciones a la
postre inconcebibles que ni sirven para nada ni a nada bueno conducen. Pero los
criterios de noticiabilidad se han convertido en un canon absoluto para las
definición de la totalidad del espectro mediático y se repiten infinitamente
desde los grandes medios industriales de comunicación hasta las entradas más
irrisorias de las redes sociales, pasando por publicaciones de medio o más
reducido alcance como por ejemplo este blog, el cual viene, en última
instancia, a ser otro medio más de comunicación. Los criterios de
noticiabilidad son los prejuicios que nos hacen decidir qué es noticia y qué no
lo es, cómo escoger los datos que suponen una información relevante y qué
tratamiento ofrecerle. Los criterios de noticiabilidad son el problema más
urgente que se hace preciso afrontar en la sociedad de la información y el
conocimiento, porque seleccionan, priman, y priorizan tanta información y tanto
conocimiento como reservan, ningunean y ocultan. Y aún más: ya la sola manera,
el modo de tratar una información, la preconfigura y condena de antemano.
De
modo que, mientras decidimos si el homo
artifex ha evolucionado en efecto desde el homo sapiens, Homo Artifex es el nombre que hemos
dado a un proyecto cuyo objetivo es transformar los tradicionales criterios de
noticiabilidad y proponer alternativas para crear nuevos medios de comunicación
capaces de producir una nueva generación de contenidos informativos que
responda a las exigencias de nuestra época. Contenidos que deben ser capaces de
integrar toda la experiencia recibida de los medios tradicionales en el marco
de las extraordinarias posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación (TIC) y concretamente Internet. Los detalles del
proyecto y la manera en que hemos decidido enfrentar cada cuestión relativa se
encuentran desarrollados en la sección que hemos titulado The Homo Artifex Project.
Naturalmente, del proceso de investigación sobre la naturaleza de los
criterios de noticiabilidad, ha surgido Homo Artifex como el medio de
comunicación que ejemplifica y representa cuanto hemos logrado extraer de
nuestro aprendizaje, proponiendo las bases para crear un canal de vídeo en
Internet asociado a un blog hiperactivo (del que este blog es solamente la
matriz) y una comunidad o red social privada que sostenga el desarrollo temático
de nuestros contenidos y contribuya a crearlos ella misma. La idea de la
participación activa, real y efectiva, de los miembros de la comunidad, es uno
de los pilares de este proyecto. Y frente a los tradicionales criterios de
noticiabilidad, nuestra propuesta consiste en hacer del proceso creativo el criterio fundamental: atendiendo
específicamente a personalidades, asuntos y situaciones que los medios tienden
a dejar de lado, tangencial o bien completamente, hemos hecho del proceso, de
la captación de los diferentes momentos que implican el desarrollo de un
proceso creativo, el centro neurálgico de nuestras propuestas informativas. Sea
lo que haya de ser eso que nos decidimos a contar, es imperativo que se atienda
al proceso que lo hace posible. Al comienzo de nuestra andadura, creímos que el
proceso creativo hacía únicamente referencia a procesos que se pudieran
considerar artísticos. Pero andando el camino caímos en la cuenta de que todo
proceso humano, todo intento por conseguir un objetivo, toda lucha llevada a
cabo en una dirección más o menos concreta, todo esfuerzo realizado por un ser
humano para conseguir algo, implica ya de suyo un proceso creativo, y este
proceso es lo que cuenta aun por encima de los resultados. De manera que arte es mucho más de que lo por arte se
entiende vulgarmente, y eso más que
es el arte es lo que queremos captar, y entender, y comprehender en Homo
Artifex.
Para concluir esta presentación, cerraremos
con un apunte sobre el concepto de «clases sociales» que concluye con la
definición del sector de la sociedad al que nos dirigimos: el target, como suele decirse en términos
de marketing técnico, al que va
dirigido este proyecto. Tradicionalmente, las clases sociales se dividían en
estamentos, entre los cuales era, como es bien sabido, casi imposible el paso
de uno a otro. Aún hoy tenemos fantásticos ejemplos de sociedades estamentales a
las que miramos desde Occidente con recelo y repugnancia, orgullosos de la
movilidad social que caracteriza a nuestras propias sociedades. Hemos oído,
leído y estudiado hasta la saciedad que con el surgimiento de la burguesía
llegó a imponerse una nueva clase
social, la cual logró romper los muros estamentales para dar lugar a una
sociedad más abierta e igualitaria que, sin embargo, no resultó ni tan abierta
ni tan igualitaria para otra clase surgida entretanto, el proletariado, cuya
capacidad de organización y lucha daría lugar a revoluciones, revueltas,
acuerdos y concesiones que se resumen en nuestros actuales regímenes de derechos
y libertades (¡y obligaciones!). Así hemos crecido nosotros, creyendo
fervorosamente en la posibilidad que nos ofrecen y garantizan nuestros sistemas
de gobierno para desarrollarnos individualmente y llegar cada uno tan lejos
como su esfuerzo y su capacidad de trabajo le permitan. Es el sueño americano. Y esta expresión dice mucho más de lo que
parece: de momento, no se limita, ni de lejos, a algo que solamente tenga lugar
en los Estados Unidos de América. Muchos de nosotros hemos soñado este sueño, y
tanto los que hemos logrado personificarlo como cuantos hemos fracasado
estrepitosamente, con frecuencia experimentando ambas situaciones, sabemos que
de hecho la famosa movilidad social se está osificando con rapidez inusitada a
medida que crecen las desigualdades y se abandona el trabajo conjunto y
sistemático por utilizar los instrumentos del Estado de Derecho en la dirección
de asegurar la igualdad de oportunidades. No obstante, surge en este mismo
estado de cosas el concepto de una nueva clase social que no se define por su
pertenencia a uno u otro sector socioeconómico, sino más bien cultural (lo que
lamentablemente aún puede deberse a factores, de nuevo, socioeconómicos), y que
por su propia constitución posee unas características de movilidad intrínseca y
transversalidad social que hace de ella una clase óptima para enfrentar los
nuevos desafíos: la clase creativa.
No cabe duda de que aún queda mucho camino por recorrer para mostrar y
demostrar que se trata de una clase social real y efectiva, pero resulta
interesante que ya se hable de ella desde ámbitos muy diversos y distantes
entre sí. Por los elementos definitorios que se le aplican, ha de resultar
ciertamente complejo el que una clase tal llegue a adquirir conciencia de sí
misma: se habla de ella como formada por individuos de los orígenes más
variados, pero que ante todo coinciden en valorar la creatividad, la
diferencia, el mérito y desde luego la individualidad: afines a las nuevas
tecnologías y acostumbrados al cambio constante, siempre se encuentran inmersos
en procesos de innovación y aprendizaje: por último, sus miembros se sienten
lejanos a los más tradicionales conceptos de familia o trabajo, desasidos de la
ligazón a un espacio geográfico o a una tendencia política. Bien puede verse
que se trata de una clase formada eminentemente por profesionales
independientes, también llamados free-lances,
que administrativamente se suelen constituir como trabajadores autónomos. Ellos
debieran ser los principales adalides de las conquistas políticas y sociales
que han permitido la llegada del Estado del Bienestar, y junto a las clases
medias y obreras, los más activos defensores de las políticas educativas,
sociales y económicas que posibiliten una educación exigente, el sostenimiento
de una sanidad pública de calidad, seguros de desempleo e iniciativas públicas
para la protección del empleo, así como una justa redistribución de la riqueza.
Sin todo esto, la clase creativa tardará bien poco en desaparecer en el
maremagno de los conflictos sociales y la progresiva dificultad de mantener
independencia alguna por parte de un número cada vez mayor de ciudadanos, todos
los cuales habríamos de descubrir, quizá demasiado tarde, que la única forma de
salvaguardar las condiciones de una libertad suficiente para progresar
individualmente, consistía en trabajar juntos para crear y defender esas
condiciones.
Homo
Artifex es el medio de comunicación dirigido a la clase creativa: un
medio de comunicación que ha hecho del proceso creativo el criterio de
noticiabilidad por excelencia, trabajando en el convencimiento de que,
mediáticamente hablando, es posible hacer las cosas de otra manera, de que
existe una inmensa multitud de personajes, temas, situaciones en marcha que
merecen ser objeto de tratamiento informativo, y que este tratamiento tiene que
adaptarse a las nuevas tecnologías e integrarse en Internet para buscar y
promover la discusión pública de las cuestiones que más merecen ser
cuestionadas, y hacerlo de una manera intensa, exigente, profunda y cuidada, desoyendo
la vieja cantinela según la cual el público no quiere más que entretenimiento
barato y soez, porque nadie desea ya pensar ni dedicarle tiempo a nada que sea
demasiado complejo: si esto fuera así, la batalla estaría perdida desde hace
mucho tiempo. Pero ha llegado la hora de demostrar que la verdad es muy otra.
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